Pilar Adón (Madrid, 1971) vuelve a la novela después de más de una década y lo hace con un relato en el que vuelve a crear una atmósfera que atrapa desde el inicio y provoca una verdadera delicia de lectura.
«Hacía tiempo que Dora Oliver estaba al tanto de que su hermana se había convertido en un tema delicado que debía tratar con astucia. Con suma cautela. Porque de lo contrario podría resquebrajarse y, si eso sucediera, de la grieta sólo brotarían raros fluidos verdosos. Vivía con alguien que constituía un importante problema y a veces pensaba que tal vez no estuviera enfrentándose a las dificultades con la firmeza necesaria.»
Las hermanas Oliver viven alejadas de la comunidad en su propio mundo, definido y controlado por Dora, hasta que un día Violeta busca ayuda en una tercera persona para poder librarse de la voluntad de su hermana. Dora no concibe esta traición por parte de su hermana y sale desesperada en su busca.
La naturaleza, en su vertiente estética y creadora, y en su lado más tenebroso y frío, suele ser el personaje principal de las historias de Pilar Adón, al igual que en su último y magistral volumen de relatos, El mes más cruel (2010), el bosque no es simplemente un decorado sobre el que suceden las cosas, es con toda probabilidad el responsable de hipnotizar a los personajes y catalizar, e incluso dominar, sus acciones. Al igual que con los personajes no sabremos nunca hasta dónde alcanza su poder; si algo es destacable de la escritura, narrativa o poética, de Pilar Adón, es su dominio de la contención, la represión, y su expresión a través de la sutilidad.
Bien escrita y mejor ambientada, Las efímeras es una historia desconcertante que nos adentra en un universo particular, intenso y con una violencia milimetradamente cohibida. Pilar Adón nos envuelve una vez más en un universo igual de fascinante pero extrañamente diferente a todos los que nos ha presentado.
Las efímeras