Jenn Díaz nació en Barcelona en 1988, su primera novela se publicó en 2011, Belfondo, al año siguiente publicó El duelo y la fiesta y en 2013 Mujer sin hijo. Ha sido destacada en antologías como Bajo treinta y Nueva temporada (que ya hemos reseñado).
Colaboradora habitual de las revistas Jot Down, Granite and Rainbow y El blog de mujeres de El País, puedes leerla en su blog Fragmentos de interior. Su última novela es Es un decir.
Puedes leer nuestra reseña de Es un decir, de Jenn Díaz
¿Qué ha influido más en el desarrollo de Mariela, la muerte de su padre o la reacción de los que la rodean ante ese fallecimiento?
Desde luego, la reacción de los que la rodean. Aunque en un principio pueda parecer que el mayor acontecimiento de la novela es la muerte del padre, incluso aunque Mariela no deje de hablar de él y le dé muchísima importancia, lo relevante es cómo se enfrentan a la soledad la madre y la abuela, y cómo de paso Mariela tiene que aprender con unas nuevas normas: domésticas y sociales.
Las mujeres de la novela parecen estar todas educadas, influenciadas por sus madres y por la falta o el exceso de atención, a su vez parecen estar sobrepasadas por la maternidad ¿crees que es algo de esa época o es inherente a las madres?
Es inherente a las madres, a la época, a las herencias, a la educación. Todavía hoy, aunque mucho más sutil, hay discursos parecidos. O tan opuestos, que se vuelven a parecer. Las hay que son sólo madres, las hay que consideran que ser sólo madre es perjudicial, las hay que necesitan que las demás no sean madres porque entienden que echan su vida a perder, las hay que consideran el discurso maternal poco feminista, las hay que necesitan realizarse a través de una carrera profesional y las hay que lo hacen a través de la vida doméstica. Ninguna tiene la razón porque generalizar con un tema tan complejo es un absurdo. Entonces, en la época de la novela, no había tantas alternativas, y una mujer valía en función de lo que sabía parir, de cómo organizaba la vida familiar y cómo educaba a sus hijos, pero sobre todo a sus hijas. Están influenciadas, y toda esa influencia se arrastra todavía.
La novela está focalizada desde el punto de vista de una niña, con las limitaciones que conlleva ¿qué te aportaba esa voz en lugar de la de una adulta?
Sobre todo, frescura. Pero también una madurez a medias, un sentido del humor y un descaro, que un adulto sería incapaz de utilizar en una situación tan dramática. Saber las cosas a medias, como Mariela, o no tener todas las herramientas para comprender todas las conversaciones, airean mucho la voz en primera persona, y se vuelve más rebelde, irónica y despierta.
Todas tus novelas tienen una extensión corta ¿Te sientes más cómoda en ese terreno?
Me siento más intensa. Aunque es algo que no me planteo: cuando creo que ha llegado el final de la novela, la cierro, independientemente de las páginas.
Sueles citar como referentes a Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Natalia Ginzburg, ¿encuentras más nexos en común, en general, con la mirada de la escritoras que la de los escritores?
Me siento llamada por las novelas sensibles, y me da lo mismo si son escritas por mujeres o por hombres. Pero es indudable que las escritoras han fijado en sus novelas temas que los hombres no tratarían igual, y su mirada me inspira muchísimo más. No es una decisión voluntaria, sino intuitiva.
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