Los altillos de Brumal
Cristina Fernández Cubas
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Turbación es la palabra que mejor se aviene, creemos, a la sensación que producen las extrañas historias de Los altillos de Brumal, en las que Cristina Fernández Cubas sigue fiel a sí misma, a la misma sustancia creativa que alimentó ya su primer libro de cuentos Mi hermana Elba.
Sí, en efecto, toda la turbación posible que proviene de los espejismos del tiempo y la memoria, de lo real y lo soñado o deseado, del verso y el anverso, de lo ya vivido y lo por vivir.
En el relato que inaugura este libro, El reloj de Bagdad, y en el que lo cierra, La noche de Jezabel, encontramos a dos personajes, cuyos nombres indican ya la atmósfera que en el cuento invocan: Olvido y Jezabel, la primera atrapada en las marañas de un tiempo que fue y la segunda en las tinieblas de una noche al parecer trivial.
Clara y Adriana, en cambio, protagonistas de los dos cuentos centrales, En el hemisferio sur y Los altillos de Brumal, se ven anudadas poco a poco: Clara, a la imagen obsesiva de Sonia Kraskowa y Adriana, al sueño o al deseo de un lugar donde pasará a ser otra.
Narrados todos los relatos en primera persona, alcanzan plenamente su objetivo: que el lector en momento alguno eludir su total participación en el ensueño.
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