Para cobrar la herencia de una tía recién fallecida, Marta debe viajar a Larnaka, en Chipre, y entregar un ramo de flores. Al llegar el destinatario del ramo ha muerto, por lo que se lo entrega a su nieto Petros. Entonces guiada por éste, Marta emprende el descubrimiento de la zona isleña controlada por los chipriotas: una tierra con 300 días de sol al año, donde los sueldos son formidables y la cena la comida más importante del día.
Fascinada por la vitalidad de los lugareños, comiendo kebabs e higos y bebiendo ouzo, transcurren los días de verano durante los que Marta comprenderá por qué al otro lado de la ciudad fantasma de Famagusta habitan turcos a los que no podrá conocer.