Pocas ciudades hay tan abiertas en Europa –y en el mundo– como Madrid; pocas poseen la capacidad de absorción de culturas y gentes de variada condición, y pocas llevan a cabo esa acogida con la generosidad que implica no hacer olvidar a nadie sus propios y distantes orígenes. Ello permite a Madrid ser al mismo tiempo primero una ciudad de Castilla "nueva", alzada en una comunidad de indiscutible y firme raigambre castellana, y luego adquirir carta de naturaleza como una de las más importantes ciudades andaluzas, gallegas, manchegas, asturianas, estremeñas y leonesas; por la proporción y la calidad.